Pátapo: Relatos de una Manera de Vivir Que el tiempo, no debe olvidar (2) El que hacer, en las inmediaciones del remanente del “Mercado Viejo”

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En nuestro querido Patapo, las calles Real, Salazar y Centro Obrero formaban un núcleo vibrante donde la vida cotidiana se entretejía entre comercios, vecinos y conversaciones animadas. Muchas de estas tiendas y negocios eran los remanentes del antiguo mercado, y más que puntos de abastecimiento, eran espacios de encuentro y memorias compartidas.

Entre los establecimientos más emblemáticos, destacaba la tienda de Don Manuel Bobadilla, una de las más surtidas de la zona. Su ampliación hacia la calle Salazar le dio aún más presencia, y en sus estantes podíamos encontrar de todo: abarrotes, productos enlatados, frutos secos, artículos para repostería, licores, cervezas, bebidas gaseosas, aceitunas y, por supuesto, todos los chocolates imaginables: el triángulo de D’Onofrio y el inolvidable SORRENTO, junto con helados como El PIBE y el clásico sándwich de vainilla y chocolate.

Mención especial merece su emblemática canasta de huevos, hecha de fierro y pintada de verde. Más que un simple recipiente, era símbolo de confianza y tradición: cada cliente metía la mano para tomar sus huevos, mientras Don Manuel observaba con ojo atento, asegurándose de que se llevaran exactamente lo que habían comprado.

Pero si hay algo que convirtió su tienda en una verdadera leyenda, fue su famoso licor artesanal: el “Es y no Es”, una mezcla de yonque macerado en frutas secas, cuyo sabor y carácter dejaron huella en quienes lo probaron.

A pocos pasos, la peluquería “La Tijera de Oro” era otro punto de encuentro. Los hermanos pucaleños, conocidos como “El Gordo” y “El Flaco”, atendían a patapeños de todas las edades, recortando cabellos y, en ocasiones, barbas. El Gordo, con su silbido constante y su sentido del humor inigualable, contrastaba con la seriedad del Flaco, quien mantenía un gesto adusto que imponía respeto. Allí se gorreaba el periódico, se compartían chistes y se disfrutaban esos pequeños momentos que hacían especial el lugar.

Más adelante estaba la tienda de “Sapo Vallejos”, que para entonces ya mostraba signos de declive, aunque aún conservaba su peculiar estructura: latas con frentes de vidrio circular, donde almacenaba harina y otros productos secos.

Finalmente, llegábamos a la inolvidable tienda de Don Rosendo Zuñiga, un hombre noble y generoso, cuya bondad se reflejaba en su paciencia infinita. Allí degustábamos trancas con gaseosa y los famosos bizcochos con queso fresco, mientras algunos de nosotros tomábamos provisiones que Don Rosendo apuntaba en su lista, para que nuestros padres las pagaran al llegar la quincena. Su tienda era mucho más que un negocio; era un hogar compartido, un espacio de convivencia, donde personajes entrañables como la “loca Eva” y Daniel “Come Nunca” eran visitantes habituales.

Recordamos también al “Tata” Pedro Granda Gastelo, quien llegaba en ciertos momentos del día para pedir su “tiza”, como llamaba al cigarrillo que disfrutaba. Hablar de ellos y de sus costumbres es más que un acto de memoria; es una necesidad impostergable si queremos honrar la identidad de nuestro Pátapo.

Gracias totales a ellos, los personajes inolvidables que hicieron de nuestras calles mucho más que un simple lugar: un verdadero compañero de nuestro hogar.

Don Manuel, los peluqueros, el sapo Vallejos y nuestro viejo Rosendo Zuñiga son parte de nuestra vida y de la historia de nuestra “Tierra de Miel”. Un reconocimiento sincero a su encomiable labor, hoy y siempre.

Juan Pedro Mora

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